por Julia Estela Sarazúa
San Martín Jilotepeque, es un pueblo enclavado, en el centro de Guatemala. Es el más grande del departamento de Chimaltenango.
Aquí encontramos a Manuel, José, Félix, Antonio y Eusebio, constituidos en un quinteto de niños y millones de juegos y travesuras que diariamente asisten a la Escuela oficial de Varones Carlos Castillo Armas, ubicada en el barrio San José El Güite, de la cabecera municipal. Están en quinto grado y sus edades oscilan entre los once y doce años, y provienen de hogares en donde los padres casi no les ponen atención por sus múltiples ocupaciones.
En los meses de marzo y abril, dependiendo de cuando caíga la Semana Santa, juegan Tipaches de Cera canche y negra, redondos y en forma de ollitas, ganan y tienen una gran pelota de cera que han ganado en el juego.
En mayo juegan fútbol, cincos o canicas en especialidades, así como preparan alguna manualidad con que agradar a sus mamás.
En junio juegan CUARTA, juego que consiste en golpear la pared con una moneda y si cae a una cuarta medida con la mano extendida, el juego lo gana quien lanzó la moneda y que puede ser de diez, veinticinco, cincuenta centavos y hasta un quetzal.
En Julio y agosto, juegan trompo lanzándolo sobre una moneda u otro objeto que tiene que ser sacado de un círculo o línea previamente establecidos.
En esta época también juegan yo-yo, haciendo malabares rodándole al derecho y al revés, hacen el trencito, el túnel, la casita, la manzana y cuanta figura se les plazca. El desafío consiste en hacer cuantas habilidades tenga el jugador.
Septiembre es el mes cívico por excelencia, se oye el rataplán-rataplán de los tambores, el bom, bom de los bombos, el chiría-chirín de las panderetas, aparecen los colores azul y blanco de la bandera de Guatemala y también se escucha música de sones de esta tierra nuestra.
Los patojos no escapan de estas situaciones, participan gustosas en ellas. Son niños normales que van a la escuela y aprenden muchas cosas buenas en los grados que han pasado como nubes blancas en el inmenso cielo. En una palabra son alumnos que responden al esfuerzo de sus padres.
Sin embargo, como todo niño con travesuras propias de ellos, un día no asisten a le escuela, se van de capiuzas. Es viernes, y premeditadamente llevan sus panes con frijoles y queso en sus mochilas en donde están los cuadernos.
Estos patojos, dejan sus mochilas a la orilla del río, se quitan su ropa y se tiran a la poza a darse un chapuzón. ¡Que alegría, qué emoción estar en contacto con la naturaleza, agua fresca, paisaje al natural con árboles que son cómplices de su aventura. Nadaron por un rato, y cuando procedían a vestirse, alguno de los patojos vió salir de una cueva 
empotrada en el paredón UN ARMADILLO brillante como el oro, buscaron un palo y empezaron a perseguirlo por toda la orilla del río. Escabaron la pared, cuando el animal se metía en la cueva, pero este salía por otro lugar.
Y entre mas corrían, mas se alejaban del punto de inicio. Los niños pasaron por parajes desconocidos en persecusión de lo que ellos llamaron EL ARMADILLO DE ORO.
Luchas con poco o nada de resultado positivo y lo peor, ya era tarde, y cuando por fin llegaron a la orilla de un barranco, se reunieron todos y propusieron tenderle una trampa. Sacaron de una bolsa del pantalón de Eusebio, un mango, lo amarraron a una vara en la entrada de la cueva y esperaron pacientemente que saliera el animal.
Con hambre y añorando los panes que habían dejado en las mochilas, platicaron haciendo planes que harían con el animal, quién se lo llevaría?... En eso estaban cuando el armadillo salió y al ver la fruta no se pudo resistir y empezó a comerla, descuidado estaba cuando todos los patojos se lanzaron sobre el y es entonces cuando el animal se vuelve escurridizo. Lo agarran de una pata y se suelta, otro lo tomó del cuello y cabeza y sucede lo mismo, otro mas que quita la camisa y logra agarrarlo por el lomo y cuando ya casi lo tenían bien agarrado, el armadillo se safó y les dice a los niños ¡MIREN MIS UÑITAS!» que eran tan largas y horribles
que a los patojos asustados se les paró el pelo, el corazón les papitó aceleradamente y no sabían que hacer.
Entonces, José, recordó que su mamá le había enseñado que en caso de peligro, uno debe clamar a DIOS para que lo ayude y así tartamudeando lo hizo. Es entonces cuando el armadillo de oro, tomando la forma de diablo enojado, les dijo a los patojos: ¡Ya los tenía ganados, patojos haraganes! Si se vuelven a escapar de la escuela, me los llevaré derechito al infierno! y diciendo esto escapó, no sin antes haber quemado el lugar donde estuvo parado y dejando un fuerte olor a azufre.
Asustados corrieron y llegaron a sus casas, contando a sus padres lo que les había sucedido. Ellos los regañaron y a algunos de ellos hasta tuvieron un fuerte tirón de orejas, prometiendo que ya nunca lo volverían a hacer.
Fueron los padres de familia, quienes al día siguiente, fueron al lugar en donde los traviesos en busca de aventura, habían dejado sus mochilas con sus cuadernos y los panes, de los cuales ya casi no había nada, porque las hormigas habían gozado de una comida deliciosa y gratis.
Los ancianos de San Martín jilotepeque, con la experiencia que les da los años vividos, DICEN QUE ESTO LES PASA A LOS NIÑOS QUE SE VAN DE CAPIUZA, PORQUE SON DESOBEDIENTES. 
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