tres nombres, tres historias
Por Julia Estela Sarazúa
Tres nombres, tres historias, para un centro arqueológico- ceremonial de los Kaqchikeles, que allá por el siglo XII y XIII, se desarrollaron grandemente en el centro de Guatemala.
¿Cómo llegar a este lugar? Hay dos rutas a seguir, así:
1.    Saliendo de la ciudad capital de Guatemala, se toma el camino al pueblo de San Juan Sacatepéquez, con carretera asfaltada y después con un buen camino de terracería, dónde se puede mirar un paisaje Silvestre con pinos, arbustos y sembradíos de verduras y flores sanjuaneras. Luego se pasa por el puente sobre el río Pixcayá, y cruzando a la derecha en el camino asfaltado, se enfila al lugar de ensueño de 3 nombres. Son 60 km.
2.    Saliendo de la ciudad capital de Guatemala, se transporta por la carretera Interamericana, hasta llegar al kilómetro 54 de Chimaltenango, donde se dobla a la derecha y se toma la carretera hacia la villa de San Martín Jilotepeque, con un paisaje hermoso de planicies, bajadas y subidas, con precipicios y paredones únicos, y de donde penden flores silvestres de humildad y gran belleza. Son 18 kilómetros que separan a la cabecera departamental del pueblo hermoso, de la casi 5 veces centenaria Villa de San Martín Jilotepeque, cuna del subanik, pico de gallo, panitos, etcétera, en donde usted encuentra de todo: Cultura, historia, religiosidad, ventas y el respeto de gente laboriosa que siempre da la bienvenida al viajero. De aquí se enfila la aldea Las Escobas, donde está Mixco viejo, pasando por aldeas y caseríos de gran pujanza agrícola, comercial y productiva. Usted se enamora del paisaje de pinos, cipreses, robles, flores silvestres y de cuánta maravilla Dios ha creado. Y en una bajada, encuentra al “ombligudo”, árbol de ciprés del cual cuelgan barbas de pashte gris, que saludan con su vaivén al apreciable viajero que va rumbo al sitio arqueológico, y de pronto, después del clima templado, pasa al clima caliente. Cambia el paisaje, hay árboles de mango, tamarindo, cocoteros, cedros, conacastes, caoba, así como grandes plantaciones de café y haciendas con ganado lechero, caballos, ovejas, gallinas y cuánto animal de producción esté en la crianza. Son casi 30 kilómetros desde el poblado urbano al sitio arqueológico. Ésta es la panorámica hermosa de la creación de Dios para el deleite de los humanos.
Y llegamos al destino con ojos maravillados. Nuestra vista se pierde entre naturaleza, de dónde emergen construcciones mayas-kaqchikeles de una ciudad hermosa e inigualable, de construcción cultural e histórica, y un ayer guatemalteco, dónde se defendió con valentía civismo y amor, la tierra legada por los antepasados llegados de Xoyabaj, hoy Joyabaj, y que se establecieron en el lugar de abundante agua proveniente de los ríos Motagua y Pixcayá.
El lugar donde está este sitio arqueológico, es una meseta con profundos barrancos a los lados, a 980 metros sobre el nivel del mar. Este sitio arqueológico corresponde al período posclásico Maya, de 1250 a 1524 años después de la era cristiana.
Cómo se expresó anteriormente, en esta cima plana, se encuentran 12 grupos de estructuras, donde habían 120 edificios en las diferentes plazas y en dónde hubo templos piramidales, plataformas, altares y patios para juego de pelota. Estas construcciones eran utilizadas por el linaje de la época, en tanto que la mayoría de la población, se ubicaba a los alrededores, especialmente, lo que se conoce como “Llano de la negra”.
El viajero se extasía viendo tan exuberante paisajística cultural, ancestral e histórica, de un ayer que vivió época de gloria, interrumpida por las huestes conquistadoras comandadas por Jorge de Alvarado, hermano de Pedro de Alvarado, en dónde se puso de manifiesto el valor de los kaqchikeles residentes en el lugar, quiénes denodadamente y con inferioridad de armas, lucharon en defensa de la soberanía de su territorio y de Guatemala en general.
Los españoles sanguinariamente quemaron el lugar y fueron pocos los que huyeron y fundaron poblados de ranchos, en diferentes lugares, de lo que hoy es el municipio de San Martín Jilotepeque. Pero además de todo lo anterior el visitante encuentra paz, mirar en lontananza, recrear el espíritu y hasta lo lleva a retroceder en el tiempo y situarse en ese lugar de historia y cultura. Aparte que la naturaleza, nos muestra su lado amable, con sus exuberantes árboles, con el aroma inigualable del ancestral pom, qué tal parece que su exquisito aroma, lleva un mensaje a Dios.
Del lugar se han realizado numerosas investigaciones. Así encontramos:
En 1896, el investigador alemán, Karl Sapper, redescubrió el lugar y publica artículos sobre el mismo.
De 1954 a 1967, llega la misión arqueológica Franco-guatemalteca, bajo la dirección del doctor Henry Lehman, quién realizó una cartografía del sitio, excavación y reconstrucción de la mayor parte dificios así como su restauración.
En 1976 y a raíz del terremoto de San Gilberto, se trabajó en la reestructuración. Hasta la fecha se sigue haciendo.
¿El por qué de tres nombres?
Mixco viejo
Así le llamó el cronista, por encargo de los Conquistadores y más de 100 años, después de la conquista, Francisco de Fuentes y Guzmán, en el siglo XVIII, por relatos que le hicieron, confunde lugar y da este nombre haciendo alusión al Mixco poqomam.
Xilotepec viejo
Lugar del elote o maíz tierno, ello debido a que en sus alrededores se cultivaba el maíz. Este nombre, Xilotepec, es tomado por los españoles al momento de reconocer la fundación del pueblo de San Martín y como un querer congraciarse con los kaqchikeles de aquel entonces, apellidan al pueblo con el nombre castellanizado de Jilotepeque.
Ch’wa Nima’ Abäj
Por acuerdo del Ministerio de Cultura y Deportes del 7 de mayo de 2013, número 430-2013, se cambia el nombre al sitio arqueológico en mención. Dicha expresión significa “frente a la Gran Piedra”.
Este sitio arqueológico sanmartineco y guatemalteco, es un orgullo nacional, que lo tiene todo: belleza, cultura, historia, arquitectura, educación y hasta musicalidad, representada por el trinar de pájaros silvestres ,que irrumpe su paz en el soleado día o en la noche de estrellas y poesía.
Visitarlo reconforta el alma y da nuevas ganas de vivir, para agradecer a Dios por sus maravillas. 
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